Desde chica he tenido la obsesión de
poner atención en los pequeños detalles, más que en los grandes episodios.
Creo que cada uno de esos mínimos
espacios de tiempo son los que van formando nuestra vida y determinando la
forma en que nos desarrollamos como personas. Mi manera de vivir y sentir cada
uno de estos segundos ha tenido que ver principalmente con el quehacer,
realizar labores manuales y artísticas que impliquen un gasto consciente de
tiempo y que tengan más valor en el proceso que en el resultado final.
No es que yo haya buscado el dibujar o
bordar por horas, el sentarse a mirar las olas sin un fin preciso, el
entretenerse desgranando una granada por el sólo hecho de sentir las pepitas en
las manos o el gozar con hacer leche de almendras cada día. Todo esto tiene que
ver con mi forma de ser, mi atención especial por las rutinas, por ese paso
inexorable del tiempo, por querer suspenderlo en espacios físicos como un
dibujo o un tejido, o el dibujo de un tejido.
Cuando empecé a tener más noción de
todo esto decidí hacerlo parte de mi forma de vida, de mis entregas de taller
en la escuela de arte, de mi forma de ejercitar el cuerpo (a través de horas de
trote), de mi alimentación y ahora, de mi manera de criar niños, poniendo
atención en los pequeños detalles que forman esa red, esa estructura, que ahora
es la seguridad y la felicidad de mis hijos.
El filósofo Henri Bergson llamó a este
tiempo que transcurre silenciosamente, sin poner atención a los grandes
acontecimientos, sino que dejándose llevar por aquellas cosas que para muchos
pueden ser una perdida de tiempo, la duree o la duración.
Cuando converso con alguien sobre el
tema alimenticio y esto de vivir conscientemente la vida, la gran mayoría se
queja de no tener tiempo para hacerlo, de que todo es demasiado trabajoso para
además andar pensando en hacer leches vegetales, remojar semillas o germinar
legumbres.
Yo creo que la vida está hecha para
gozar de esos mínimos espacios de tiempo, para darnos la vuelta larga y ser
capaces de disfrutar con pequeños regalos del día a día, con rutinas simples y
sanas que nos aportan más alegría y energía, para volver a lo más sencillo y no
tener que estar esperando aquellos grandes acontecimientos, que deberían llegar
a hacernos infinitamente feliz.
Esos hechos aislados, enormes e
impactantes, probablemente nunca llegarán y nos quedemos eternamente en la
espera. Y es ahí, en esa espera, en donde vamos a encontrar las cosas que
seguramente darán verdadero sentido y serán un real aporte a nuestras vidas.
Los invito a sentir esos segundos que
pasan mientras no hacen nada, mientras miran algún punto fijo o dibujan sin
ningún fin aparente.
Y les dejo una receta simple y fácil
para disfrutar en algún minuto del día, para detenerse a pensar en aquello que
estamos comiendo, y no meter a nuestro cuerpo lo primero que tengamos a mano.
Pudding
de chía y coco (1 porción)
-
1/2 taza de leche
vegetal (a mi me gusta mucho con leche de almendras)
-
1 cucharada sopera de
semillas de chía
-
1/2 cucharada de coco
rallado
-
1 fruta a elección
(recomiendo probarlo con durazno o un puñado de berries)
Remojar
la chía y el coco en la leche de almendras durante la noche (o por lo menos 6
horas), en el refrigerador. Apenas se ponga a remojar, revolver bien para que
todas las semillas queden cubiertas de leche.
Luego,
agregar la fruta picada y sentarse tranquilamente a disfrutar!!
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